Jueves

1.

 (Conrad. Zombies.)

[…]

Mi caballo empujó con el pecho a uno de esos hombres. El pobre desgraciado llevaba sobre los hombros, roto y chamuscado, el capote azul de los dragones, y ni siquiera levantó la mano para arrancarme las riendas y salvarse. No hizo más que caer.

[…]

No se oía ningún tumulto, solamente un profundo murmullo sordo con el que se mezclaban algunos gritos y gruñidos, más fuertes, mientras la turba seguía empujando y avanzando en desorden, dejándonos atrás, ciega e insensible.

[…]

Mi caballo se tambaleaba en los remolinos de aquella marea humana. Pero era como derribar cadáveres galvanizados a los que nada importaba.

[…]

Justo entonces descubrí al alférez de mi escuadrón, que se encontraba no muy lejos de mí. Se llamaba Tomassov. Aquella multitud de cadáveres resucitados de ojos vidriosos hervía alrededor de su caballo como un montón de ciegos, aullando enloquecidamente. El permanecía sentado muy erguido en su silla, sin mirarlse, y manteniendo envainado su sable a propósito.

(en El alma del guerrero y otros cuentos de oídas)

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