Martes

1.

Hay tardes en las que más valdria haberse tirado al piso en la banqueta y esperar a que la pereza abandone el organismo. Como con una gripa, pero más repentino y más inapelable. Tal vez, se me ocurre ahora, así es como nacen los vagabundos: un buen día deciden que es insoportable la pereza y, saliendo de comprar el café, o nomás unos pasos fuera de la oficina, deciden tumbarse contra la pared. Estiran las piernas, relajan los músculos lumbares y dan la bienvenida al cochambre y al abandono. Qué envidia la hierba de banqueta o el desgarbado andar de una envoltura de plástico: hay días que dan ganas de tirarse al hedonismo de un camellón con basura. Hay días, como Ribeyro, que debo concluir que «soy un hedonista frustrado».

Pero no.

Regreso a la oficina, reclino el asiento, bebo otro café más. Magnifico en mi imaginación sus propiedades estimulantes. Lucho contra los bostezos. Parpadeo. Bostezo. Pienso que pensar en mantenerme despierto lo hace todo más difícil. Imagino dormir en el escritorio. Imagino dormir en mi cama. Imagino que en este instante hay millones de personas tomando una siesta. Imagino a miles de vagabundos recargados contra las paredes, desparramados en las banquetas. Imagino su peste. Imagino que estarán perdiendo la razón. Bostezo. Parpadeo. Seco las lágrimas que, por razones misteriosas salen con cada bostezo. Lucho contra los bostezos. Escucho los ruidos de oficina para encontrar alguno que atice el ánimo.

 

2.

El sonido que hacen los insectos al medio día en un campo. Ese ruido blanco de la naturaleza. El sonio que hacen los insectos en la noche. Ese ruido blanco de la naturaleza.

 

3.

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