Jueves

1.

Cenamos en Merotoro. Tenía varios meses postergando la ida. Escribí otra mediocridad iridiscente.

2.

Ayer, fuimos dandys. Utilizamos todos los cubiertos de la mesa, agotamos la blancura de la servilleta, hicimos gestos con las manos antes que hablar con la boca llena. El menú, en cuatro tiempos, atragantaba ya de por sí el entendimiento: ¿pulpos con morcilla? ¿risotto con tuétano? ¿Mero con chorizo? Ayer optamos por ser dandys moderados y pedimos cervezas y brindamos con ironía, y miramos a nuestro alrededor: oficinistas a los que no se puede clasificar de oficinistas, oficinistas que son jefes de los verdaderos oficinistas, algunas parejas, un par de «cenas con los suegros».

El crítico, propongo como idea y supongo a falta de conocimientos, es su vocabulario. Al crítico lo compone su lenguaje, más que a ningún otro. Por ello, nada más lejano de mí que la posibilidad de ser crítico gastronómico. Lo que sigue son las masticaciones entrelazadas con referencias a otros ámbitos de un comensal entusiasmado.

La presentación de los platillos, dice alguien que no visita restaurantes preocupados por estas cosas, me parece, ya caída en un ciclo de repeticiones: como la literatura que se presume experimental, los tropos se reciclan, se acumulan, se reacomodan. Resulta que hay que comenzar con un signo de puntuación, renunciar a las mayúsculas, desordenar la caja tipográfica, interrumpir palabras, cambiar niveles de lectura, abrirse a dos o tres o cuatro columnas. Todas formas «experimentales» respetables, todas vistas, todas predecibles. Así, la presentación: ya vista, decente, apetitosa, diáfana: es decir, los elementos que más tarde se mezclarán en la boca están a la vista. No sé si eso sea un dato relevante: me pareció fundamental: las alcachofitas y los trocitos de chorizo ahí, sugeridos pero también señalados sobre el plato, para luego recobrarlos en el paladar y reconocer qué y cómo hacen eso que hacen.

Y justamente, dentro del paladar, qué espectáculo.

Cada cosa sabe, no sé si a lo que debe saber, pero sí a lo que uno imagina que un pescado apetitoso debe saber. Los platillos pues, colman la ilusión, lo imaginario. El pescado, por ejemplo, estaba condimentado al punto de parecer tan natural, tan elemental cada rodaja de rábano, cada hierba fina, que parecería que su hábitat natural fuera una plancha y un plato de losa blanca. El contraste entre el puré sobre el que descansa el filete y los gránulos de chorizo esparcidos por ahí parece remedar el jaloneo entre el bien y el mal en la conciencia de un personaje literario: como un Raskolnikov a la parrilla, el filete se debate entre dejarse dominar por el tono suave, ácido, fresco del puré, o renunciar a todo y permitir que la autoridad del sabor del embutido sea quien domine todo. Al final, se impone esa justicia ficticia, esa justicia imaginaria en la que todos están satisfechos, aunque sea por el momento que dura el bocado. Y un trago a la cerveza.

El postre, un platillo tradicional italiano con cerezas y ciruelas es lo más parecido a asestarle un mordizco pleno a un arbusto delicioso.

Ayer fuimos dandys y hoy pensamos que podemos volver a serlo.

(la foto es de @patynietog)

8 thoughts on “Jueves

  1. Pues, yo no sé nada del Merotoro, pero la prosa me parece exquisita. Engullí un par de palabras a la parrilla, y dejé al paladar “la justicia imaginaria”. Me gustó el texto, carnal.

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